¿Por qué suceden?
Las rabietas son conductas
normales en las primeras etapas del desarrollo, ya que los niños no tienen la capacidad de expresar mediante el lenguaje sus emociones, así que es su comportamiento el que habla por ellos, siendo las
rabietas una forma de expresar su individualidad recién descubierta. Suelen comenzar en torno al año de vida, siendo más frecuentes después de los dos años y lo habitual es que disminuyan en
frecuencia e intensidad conforme el niño adquiere el lenguaje, siendo casi inexistentes a los cuatro años. Forman parte del desarrollo correcto y normal de nuestros hijos e incluso son esenciales
para la evolución de su personalidad.
Existen múltiples motivos por los que los niños tienen este tipo de conductas, y es importante aprender a reconocer el origen de estas rabietas para poder actuar de forma eficaz ante estos
episodios que ponen a prueba la paciencia de los padres. Hoy precisamente hablaremos de esos motivos, y en el próximo artículo sobre consejos para manejar esas situaciones. Enseñar a nuestros
hijos a tolerar las pequeñas grandes frustraciones de la infancia, los convertirá en adultos con estabilidad emocional.
Algunos de estos motivos pueden ser:
• La frustración del niño por no poder hacer algo "inmediatamente".
• El deseo de controlar la situación.
• El deseo de llamar la atención, de ser el centro, para recibir cariño, ya que algunos niños descubren que portándose mal reciben mucha atención y que cuando son "buenos", los adultos no les
hacen caso.
• Cuando las normas de comportamiento son poco claras o incoherentes, el niño trata de descubrir dónde están los límites.
• Cuando los padres dan otras muestras de incoherencia o inconsistencia.
• Cuando necesitan satisfacer necesidades primarias, como hambre o sueño.
Un estilo educativo demasiado permisivo y la falta de coherencia entre las diferentes personas que le cuidan suele mantener estas conductas. Además, si el niño consigue siempre su objetivo
mediante la rabieta, se favorecerá la multiplicación de estos episodios.
Es importante que se comprenda el principio de este artículo.Nuestros hijos no nos montan una rabieta (al menos las primeras) para manipularnos y fastidiarnos. Es la manera de canalizar sus
frustraciones. No olvidemos tampoco que los adultos somos su modelo a seguir. Cuando en una familia hay explosiones emocionales frecuentes, portazos, llantos, gritos...el niño copia el modelo y
reproduce las rabietas de los adultos en su mundo infantil. Como ya hemos adelantado, en el próximo artículo daremos algunos consejos para manejar estas situaciones. Con paciencia, naturalidad y
calma se pueden llegar a prevenir y controlar estos episodios.
Las Rabietas Infantiles II
Hace dos semanas nos asomamos al mundo de las rabietas infantiles haciendo un balance de los principales motivos por los cuales tienen
lugar. Hoy, nos centraremos en algunos consejos para actuar ante las mismas. En primer lugar, puede ser útil el anticiparnos y evitar
ciertas situaciones que pueden resultar conflictivas. En ocasiones, un ligero cambio en la rutina, puede ahorrar disgustos innecesarios. Como ejemplo ilustrativo, si uno de los progenitores sale
hacia el parking mientras el otro paga y recoge la compra, quizá evitemos una rabieta en la cola del supermercado.
Otro punto importante es detectar señales de alarma. El niño no pasa de 0 a 100 en un segundo. Podemos detectar indicios de que
algo no está saliendo como el niño quiere antes de desembocar en una rabieta. También es útil ponernos en su lugar. Eso significa bajarnos del pedestal de adultos y tratar de entender qué le está
pasando. La realidad del niño es bien diferente a la de los adultos. Igualmente es importante reforzar al niño cuando expresa sus emociones con palabras y se muestra dispuesto a cooperar. Si el
niño es capaz de expresar con sus palabras o mediante gestos lo que le pasa, es importante que le felicitemos. Así lograremos conocer cuáles son sus necesidades o el motivo que ha generado la
rabieta y podremos actuar con mayor eficacia.
Cierto es que las rabietas suelen propiciar situaciones límite, pero es vital mantener la calma, y sobre todo que el niño se
sienta escuchado. Hacer una pausa, respirar hondo e incluso pedir a tu pareja o alguien allegado que te releve ante la situación de conflicto puede ser de gran ayuda. Háblale sin perder el
control y explícale los motivos por los que no puede hacer lo que quiere en ese momento, eso hará que se sienta respetado y aprenderá a respetar a los demás. Ejemplo: "Sé que quieres seguir
jugando en casa de Paula, pero mamá está cansada y debemos ir a casa".
Veamos ahora qué podemos hacer ante los diferentes tipos de rabietas:
1. La rabieta se debe al cansancio/hambre.
Intentaremos que el pequeño descanse y/o coma, pero no debemos prestar atención a la rabieta. Si no se puede descansar o comer en
ese momento, intentaremos apoyar al pequeño y relajarle. Esperaremos a que se relaje un poco y acudiremos a apoyarle.
2. La rabieta se debe a una llamada de atención. Si tu hijo quiere recibir atención, sentirá un sentimiento de frustración porque
no se le hace caso. Probablemente intentará otras conductas antes de la rabieta. Si respondemos ante una llamada de atención, aunque sea con una regañina, el pequeño obtiene lo que quiere. Para
él es mejor que le hagamos caso aunque sea riñéndole que no hacerle caso. Aprenderá que cuando se calme le haremos caso. Ignórale durante el tiempo de la rabieta, y hazle saber que cuando se
relaje lo atenderás.
3. La rabieta se debe a que quiere conseguir o evitar algo. El pequeño quiere algo, un juguete, comer de postre un helado, etc. Si
se le niega, sentirá frustración y responderá con una rabieta. Lo mismo ocurre cuando el pequeño no quiere algo, por ejemplo acostarse pronto, ir al baño, comer verduras, etc. En estos casos, le
avisaremos al niño o niña de lo que tiene o no tiene que hacer, con anticipación, explicándole porque tiene que hacerlo. Le daremos así una anticipación a la situación. Llegado el momento si
entra en una rabieta, le dejamos unos minutos (2 o 3), sin hacerle caso, después de esto, sin perder nunca los nervios, le volvemos a decir lo que tiene que hacer o lo que no puede ser.
Finalmente acompañaremos al pequeño a la situación, le llevaremos a la cama, le daremos la comida, etc.
Sea como sea, no olvides que tú eres el adulto y el modelo principal para tus hijos. Tu manera de manejar estas situaciones
sentará las bases de la forma cómo ellos resolverán sus conflictos cuando sean adultos. Si han sido tratados con respeto, ellos crecerán más equilibrados, sabrán defenderse y expresar sus
opiniones adecuadamente.
*Artículos publicados en Semanario "La Tribuna del Noroeste"
(12 y 26 de Noviembre de 2014)
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